La investigación más conocida sobre la interferencia de la sugestión en nuestro estado de salud es el llamado Estudio del Corazón Framingham, un rastreo de la salud cardiovascular a largo plazo de los ciudadanos de esa localidad de Massachusetts. Comenzó en 1948 y monitoriza desde entonces el estado físico de 5.209 adultos. Ya va por la tercera generación de participantes. Con los datos obtenidos por este macroestudio se han podido certificar algunas cuestiones sobre salud que hoy son universalmente aceptadas. Por ejemplo, que fumar eleva el riesgo de padecer enfermedades coronarias, que la hipertensión es un factor de riesgo para padecer infartos o que el HDL (llamado colesterol bueno) reduce las probabilidades de padecer del corazón.

Entre las docenas de conclusiones que se han establecido de los datos del Framingham, una llama la atención: las mujeres que creían que eran propensas a padecer una enfermedad coronaria padecían en realidad hasta cuatro veces más desórdenes que las mujeres que no creían estar en ese grupo. Aunque sus factores de riesgo cardiovascular fuesen idénticos. ¿Pensar que iban a enfermar, las enfermaba de verdad?

Todavía la ciencia no ha recorrido completamente el apasionante camino de la sugestión humana. Pero la casuística es apabullante. El 50% de los enfermos de esclerosis múltiple tratados con interferón responden positivamente. También lo hace el 40% de los tratados con una medicina falsa a modo de placebo. Se tiene constancia de que si a un adolescente se le advierte de que el chocolate que acaba de comer le producirá acné, aumentan las probabilidades de que realmente le aparezca un grano en la cara.

En un experimento con asmáticos se inoculó un inhalador del que se aseguraba que contenía un agente irritante. Casi la mitad experimentó problemas respiratorios. Entonces se les aplicó otro inhalador con medicamento antiasmático. Se recuperaron al instante. En realidad, ambos inhaladores sólo contenían agua.

Si se administra una pastilla de agua y azúcar a un grupo de personas y se les hace creer que es un fármaco, hasta un 20% de los individuos dirá que siente algún efecto secundario.

La industria farmacéutica es conocedora de este fenómeno. Un estudio de la universidad de Ámsterdam demostró que los enfermos que tienen que tomar un medicamento creen que las pastillas blancas son menos eficaces que las rojas o las negras. Las amarillas se consideran estimulantes; las azules y verdes, relajantes. El tamaño y el precio también intervienen en nuestra percepción del éxito de un tratamiento. Una píldora negra o roja, algo más grande de lo normal y con un precio elevado puede aumentar un 25% su eficacia. Sí, más veces de las que creemos no somos más que enfermos imaginarios.

 

INFORMACIÓN ORIGINAL EXTRAIDA DE:
http://www.larazon.es/lifestyle/la-razon-del-verano/no-hay-preguntas-tontas/de-verdad-existe-el-enfermo-imaginario-GC13335416

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